¿Qué tienen en común Ovidio, Almodóvar, Hitchcock, Barba Azul, Blancanieves, el absurdo, el cine negro, el surrealismo y la mitología yoruba? Que todo esto -y mucho más- cabe en la literatura de Helen Oyeyemi. Con una escritura que avanza como la seda. El lector sólo tiene que dejarse hacer, relajar el pacto literario, abandonar por unas horas los prejuicios, confiar en la imaginación de Oyeyemi, en la seducción de su lógica, en su libertad de formas, en su alegría narrativa, y entregarse al placer de la lectura.
Helen Olajumoke Oyeyemi (1984) ha cruzado el umbral de la gloria literaria británica. Desde 2013 forma parte del ranking literario de la revista Granta como una de las novelistas más prometedoras de Reino Unido. Una lista, por cierto, donde cada vez tienen mayor peso los escritores de origen extranjero y las mujeres. Helen Oyeyemi nació en Nigeria, y con cuatro años se estableció con sus padres en Londres. Hoy se la considera escritora británica, pero es un espíritu libre que no para de viajar. Como una esponja, atrapa experiencias, culturas y tradiciones -físicas, fílmicas y literarias- y recrea su propia mitología, un mundo personal que todos podemos habitar en sus relatos.
El señor Fox (Acantilado, 2013), su cuarta novela, es un texto muy sofisticado. Es como una caja china de relatos engarzados con una trama que provoca el suspense al más puro estilo del cine negro americano, o el tira y afloja constante del amor que se revela en la fragilidad típica de la novela romántica. Es una trama que también apela a lo siniestro, a lo extraño, y esta extrañeza a veces transmite inquietud y otras abre las puertas a la comedia. Y la incertidumbre…, siempre está presente. Con todo, el lenguaje es sencillo y la narración ligera, y esto hace que la novela sea de fácil lectura, que además engancha. El señor Fox es una actualización del mito de Barba Azul, una revisión de los cuentos de hadas, un triángulo amoroso entre un afamado escritor, su esposa, y su musa de ficción; pero también una meditación sobre el acto de escribir, una reflexión sobre la violencia machista, y, por encima de todo, un acto de fe en la metamorfosis, en la capacidad de transformación del ser humano.
¿Cuál es tu mito de Barba Azul?
Existen distintas versiones, pero la de mi estructura básica es la siguiente: una mujer que se casa con un hombre y a veces es un mago y a veces tiene otros perfiles, pero siempre es un hombre muy carismático. Y ella, la amante, descubre sus romances del pasado porque descubre los cadáveres de esas exmujeres. En cierta manera tiene que ver con el pasado metafísico. Creo que Barba Azul tiene que ver con el mundo de las relaciones, sobre cómo entras en una nueva relación, qué peligros o qué terrores inspira la fidelidad, y esa pregunta que una se hace de por qué va a sobrevivir cuando muchas antes, en el pasado, han ido cayendo…
¿Por qué sitúas la novela en 1936?
Porque supuso el apogeo de las películas del cine negro y también de las primeras comedias de Hollywood en las que vemos la guerra de los sexos que precisamente ocupa el centro de las acciones. Una guerra de sexos retratada no desde la gravedad, sino desde la comedia, de forma ligera.
También hay locura, en tu novela quiero decir.
Sí. Esta presente la locura del amor, pero también la locura de la creatividad y de la imaginación.
Creo que podríamos llevar tu novela al cine. ¿Qué cineasta español te gusta? ¿Quizá Almodóvar?
¡Oh, sí, me encanta! Almodóvar lo haría bien (risas). Su película Volver es fantástica, lo tiene todo. El surrealismo, el cadáver en la cocina, toda la tensión que se respira. Es verdad que Almodóvar podría hacerlo. Yo también trato de mostrar todo ese abanico de experiencias que él recoge.
El señor Fox-Mary. Si fueras real, me iría contigo para siempre.
(…)
-Me gustaría desayunar contigo, dijo Mary Foxe-. Y me gustaría que aceptaras mis gustos y costumbres; en este momento no tengo, porque no me los has dado. Me gustaría ir a fiestas contigo y jugar a las charadas. Me gustaría tener amigos que me prestaran libros y me contaran secretos. Me gustaría no tener nada que hacer contigo durante muchísimas horas y luego volver y encontrarte, regresar con cosas que he pensado y encontrado por mí misma, por mí misma y no a través de ti. Me gustaría no desaparecer cuando no estás pensando en mí.
La mitología es un telón de fondo en esta obra y le da fuerza. La yoruba da significado a la vida y a la muerte, a la función de los vivos y los muertos, e introduce el misterio. De Ovidio recoge la metamorfosis, la salida, la fuga, la solución. Daphne, uno de los personajes centrales de la novela, remite al mito ovidiano de la ninfa perseguida por Apolo. Pero además de mito hay crónica, como en Homero por continuar citando clásicos, porque hay un sentido de constatación de hechos, en este caso sobre la violencia machista.
Si fuera capaz de hacer una crónica de la realidad de las mujeres… En cierto modo, tanto Ovidio como Homero lo que hacen es registrar los actos de los hombres, lo cual me parece muy interesante. Pero me falta la parte de las mujeres, yo quiero conocer y llegar a Penélope, a Circe, si pudiera conectar con esa tradición…
¿La tuya es una novela femenina o feminista?
Creo que es una novela femenina, pero de un modo elusivo, y a mí me gusta que sea así. Cuando comencé a escribir el libro sí había un impulso feminista detrás pero luego no se ha reflejado, pero tampoco me preocupa que la novela vaya por otros derroteros.
-¿Me puedes decir por qué es necesario que a Roberta le corten una mano y un pie con una sierra y se desangre hasta morir en el altar de la iglesia? –Hojeó un par de páginas más-. Sobre todo teniendo en cuenta que este otro relato termina con Louise cayendo al suelo acribillada a balazos porque los rebeldes de las montañas la han confundido con el traidor de su hermano. Y ¿es necesario que la señora McGuire se cuelgue del pomo de una puerta porque teme lo que le hará el señor McGuire cuando llegue a casa y descubra que se le ha quemado la cena? Del pomo de una puerta… ¿Es realmente necesario, señor Fox?
¿Dónde sueles escribir?
Comencé a escribirla en París, luego en Toronto, Cambridge y al final Praga. Suelo escribir en la cama. Aunque dos de los relatos que conforman la novela los escribí en un tren (“De este modo”, y “Mi hija la racista”) y otro en el avión, en un vuelo hacia Australia.
El relato “De este modo” me recordó a la Trilogía de Nueva York de Paul Auster (le describo la escena), ¿eres consciente de esa similitud?
Me di cuenta a toro pasado, un tiempo después… Este es uno de los escritores que leo y me gusta, pero nunca he pensado que me iba a influir, y luego he visto que sí, que quizá nos influyen los autores que leemos por más que no queramos recibir sus influencias…
¿Cuál es el cementerio que inspiró el de este relato?
Es Père-Lachaise, en París. Cuando di una vuelta y paseé por allí me quedé muy impresionada.
Se advierte en tu trabajo un interés por destacar esa capacidad del ser humano de contener el bien o el mal en tan sólo un gesto, a veces mojigato, o en un detalle.
Creo que empecé a sintonizar y armonizar con este tipo de matices que comentas gracias al cine. Con los thrillers de finales de la década de los 30, en los que las pequeñas cosas acaban teniendo mucha importancia. Por ejemplo, en una de estas películas, una mujer se da cuenta de que puede ser asesinada por su marido sólo con ver cómo está colocado el jarrón de flores. En la historia de Barba Azul, el marido le da una llave a su mujer pero le dice “y no abras esta puerta”, y tras la puerta están todas sus exmujeres asesinadas… Me interesa muchísimo la manera en que una casa o un hogar se convierten en algo muy grande, como una cueva llena de símbolos.
El señor Fox es una novela en la que abundan las voces narrativas. Se nota que te lo has pasado bien y que te gusta ir de una voz a otra, como una actriz con diferentes papeles y apariencias.
Absolutamente, esto es lo más divertido de todo. Me encanta disfrazarme a través de las voces, y además me gustan muchos estilos y muy distintos entre ellos. Creo que encontré la forma de rendir un homenaje a cada uno de ellos. Sin embargo, para impostar todas estas voces tan distintas es muy importante la disciplina y estar totalmente conectada con cada ambiente que generas. Pero sí, gracias a esas voces, he podido ser personajes muy diferentes a través de la novela.
En tu libro, la metamorfosis y la comunicación van de la mano.
Sí, es fundamental. Hombres y mujeres tienen que comprender las experiencias del otro y en este caso cada uno acaba personificado en el otro, alterando su personalidad. Los personajes se van transformando, pero en esta transformación se produce el acto comunicativo que permitirá que uno entienda al otro.
Al final del libro citas, entre otras, a Margaret Atwood, ¿de qué manera te ha influido?
Ella escribió un ensayo muy importante sobre la versión alemana del mito Fitcher’s Bird. Lo que dice el texto es que muchas veces la única vía para salvarte es la de salir del orden establecido de las cosas y entrar en la lógica del cuento de hadas. En la versión alemana sucede así y la mujer se transforma en pájaro, mentalmente, y eso a su vez hace que se transforme su apariencia física, que es la forma de escapar del mago.
Has hablado de surrealismo. Vives en Praga. Te interesan los cementerios, las metamorfosis. ¿Ha entrado Kafka en tu vida?
No, no en este sentido, no está en mi novela, no estaría de acuerdo con esta afirmación… No puedo reivindicarlo como fuente, y además no estoy segura de que sea ni siquiera un escritor muy de Praga. Pero quizá lo digo porque he intentado encontrar su tumba tres veces y no lo he logrado, tengo la sensación de que me rehúye… Todo el mundo me dice que cuando al final lo encuentre será muy importante para mí.
Hay una gran sensación de libertad en tu escritura.
Existe una relación tan personal con los libros que resulta liberadora. Los libros te liberan del resto de la sociedad. Mientras lees eres libre.
Pero también porque rompes normas y formas literarias.
A mí me gusta mucho la forma, la estructura clásica, de hecho me encantaría escribir novela clásica. Pero, en cierto modo, al romper las normas y saltarnos las formas establecidas de la novela podemos mostrar también la belleza de la forma original.
Cuando cuento los clásicos –Cenicienta, Blancanieves, La bella durmiente– cambio los finales, porque siempre acaban en boda y esto me subleva.
Tienes que cambiar también el principio, el punto de partida. Por eso me gustó Barba Azul, porque empieza ya con la boda… y luego, todo lo demás va de capa caída.
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